Orlando Fals Borda plantea la idea de pueblos orinarios como los pueblos que originaron la nación colombiana, los pueblos que constituyen la base y la esencia de esta nación. Pero hay otro sentido: el de los pueblos que habitaban este continente en el momento en que llegaron los europeos a invadir y conquistar.
En los medios académicos ilustrados de la sociedad colombiana se “sabe” que dichos pueblos no son originarios, en el sentido en que no surgieron en este continente, y que el origen de toda la humanidad está en África. Una gran parte de los miembros de esos pueblos originarios no solamente no lo saben sino que no lo aceptan. Por ejemplo, los guambianos, hoy llamados misak,basaron su lucha por la tierra, sus luchas de recuperación, en un criterio de lo que ellos llaman “nuestra historia”, la historia como la cuentan los mayores, y esa historia cuenta que los guambianos son originarios del territorio que habitan, que allí surgieron y nacieron, que ellos no son venideros, que los venideros son los blancos, que llegaron de otro continente al otro lado del mar. Y como los guambianos, otros pueblos consideran lo mismo; es el caso de aquéllos de la Sierra Nevada de Santa Marta, el pueblo arhuaco, el pueblo kogui, que plantean lo mismo, que son de ahí, que la Sierra Nevada es la madre, que vienen de ese mar y de esa tierra por lo tanto no son venideros; los venideros son quienes llegaron después a conquistar y colonizar.
Entonces, en mi criterio, si estamos en la tónica de considerar las distintas historias y los distintos puntos de vista, una gran parte de la población que ahora vive en Colombia sí es originaria, sí es de este continente, y no vino de África, de Europa o de alguna otra parte. Y esta población tiene que dar dicha discusión con frecuencia. Hace dos años, en la Universidad Nacional, en una reunión del taita Lorenzo Muelas, ex-constituyente, ex-senador, pero también ex-terrajero o sea siervo feudal, con estudiantes indígenas de la universidad, un asistente le decía: “pero nosotros llegamos por el estrecho de Bering, eso ya está establecido”. El taita Lorenzo respondió: “Eso lo tiene establecido usted y cree en ello, pero nosotros tenemos establecida otra cosa: que somos originarios, y en eso se fundamentan nuestra existencia actual, nuestra lucha y la organización de nuestra vida. Nuestra ciencia nos dice que somos originarios. Esa ciencia que han tenido acallada durante 500 años, pero que ahora ha vuelto a hablar y no estamos dispuestos a que quede en silencio otra vez”.
Entonces, me voy a referir a esos pueblos originarios. A aquellos que ya estaban aquí, porque aquí surgieron, en el momento en que llegaron los europeos. Esos pueblos constituían verdaderas civilizaciones, y no solamente los que vivían acá sino aquéllos de Suramérica y Centroamérica, a donde llegaron españoles y portugueses, (porque la historia es un poco distinta en Norteamérica, a donde llegaron ingleses y franceses). Se ha hablado de algunas pocas “civilizaciones”, pero esta es una tergiversación de la historia de los pueblos originarios. Por supuesto, existían la civilización muisca, la inca, la maya (que estaba en proceso de decadencia), la azteca, pero no eran las únicas, había otras como ellas por todo este continente. Pueblos que alcanzaron grandes logros en el desarrollo de su vida económica, política, social, material y de conocimiento, aún en las regiones en las cuales, hasta hace pocos años, se creía que no había existido nada desde el punto de vista de civilización, que eran sociedades que a duras penas podían subsistir del medio.
Ahora se conoce que en la Amazonía se asentaba una gran cantidad de gentes que habían alcanzado niveles de concentración de población que ninguna de las ciudades americanas en esa región ha alcanzado hasta hoy. Que habían desarrollado agricultura, bastante productiva por cierto, en tierras que hoy todavía se conciben como no productivas agrícolamente, tierras de las que se dice que no tienen “vocación agrícola”; pero que la tuvieron antes de la llegada de los europeos. Cuando finaliza la expedición de los conquistadores españoles, encabezada por Francisco de Orellana, por el río Amazonas, relatada en parte por William Ospina en su libro El país de la canela, uno de los viajeros sobrevivientes relata a su regreso, luego de alcanzar el Océano Pacífico en lo que hoy es Brasil, sobre la cantidad de poblaciones que encontraron a lado y lado del río durante su recorrido y del estado de las mismas. Se ha dicho que estas declaraciones son falsas y que tienen por objetivo ocultar la traición cometida al no regresar. Pero desde hace pocos años se ha vuelto a encontrar, a través de trabajos arqueológicos en distintas regiones de la Amazonía, evidencia de una ocupación de alta población, lo cual implica la presencia de una productividad agrícola relativamente notable.
¿Están equivocados los biólogos, geólogos, ecologistas que afirman que las tierras del amazonas no tienen vocación agrícola? No. Entonces, ¿cómo estas poblaciones precolombinas pudieron habitar la Amazonía con densidad mayor que la que hay ahora? Lo hicieron creando suelos agrícolas, construyéndolos en una región que naturalmente no los tiene. Se han encontrado allí las llamadas terras pretas, tierras oscuras o negras, y tierras pardas, muy aptas para la agricultura, que ocupan zonas bastante amplias en algunas regiones; y se ha comprobado que estos suelos fueron creados mediante el trabajo de los habitantes, que mezclaron la tierra con elementos y desechos orgánicos animales y vegetales, y hasta con fragmentos de cerámica, en un proceso continuado durante mucho tiempo, con lo que lograron conformar suelos de gran productividad; algunos calculan que pueden llegar a abarcar hasta el 10% de la superficie de la Amazonía.
Menciono este ejemplo, pero por toda América existen las huellas de civilizaciones de muy diversos tipos; unas sobresalen por ciertos aspectos, otras lo hacen por otros, pero todas ellas borran la idea de que aquí no existían sino dos o tres grandes civilizaciones y que todo lo demás era un gran conjunto de pueblos atrasados y salvajes.
Durante todo el período que se ha llamado de conquista, los españoles vivieron de lo que habían producido y seguían produciendo los pueblos originarios. La economía de la conquista, que duró casi un siglo, fue una economía de saqueo y pillaje, esto hace suponer la alta capacidad de producción de los pueblos originarios puesto que los españoles, y no solamente los que vinieron sino la sociedad española en Europa, pudieron vivir de lo que aquellos tenían acumulado y de lo que seguían produciendo. El producto de ese saqueo y de ese pillaje fue de tal magnitud que una gran parte del desarrollo capitalista, no en España porque ésta no tenía las condiciones para ello, sino en Inglaterra y en los Países Bajos, se dio con base en el producto del pillaje por parte de los españoles, producto que fue llevado a Europa.
Pero no se trata solamente de eso; los productos que habían sido producidos, descubiertos por la agricultura de los pueblos originarios, salvaron en varias ocasiones a Europa de morir de hambre, entre ellos y fundamentalmente la papa. Los investigadores han mostrado que Irlanda, Suecia, Noruega, una buena parte de lo que hoy es Escocia, aún Inglaterra, los campesinos lograron sobrevivir a las hambrunas y las pestes con el cultivo y consumo de la papa llevada de estas tierras, un producto desarrollado por las poblaciones aborígenes; también el maíz ha tenido un papel de vital importancia para las sociedades del llamado Viejo Mundo.
Muchos de los miembros de las poblaciones originarias fueron enrolados a la fuerza en los ejércitos conquistadores. Se suele plantear, para pregonar la supremacía europea, que cómo fue posible que Pizarro hubiera conquistado el Perú con unos pocos hombres, cuando los ejércitos incas tenían decenas de miles; pero se calla que, además de ese puñado de españoles, el ejército de Pizarro estaba integrado por miles de nativos de los pueblos originarios, que eran enemigos o estaban enfrentados a los incas y que para poderse liberar de ellos se aliaron con los españoles. Lo mismo sucedió en otros lugares de América. El ejército que conquistó a Tenochtitlán, la capital de la civilización azteca, no fue un ejército español, aunque había españoles, fue un ejército de indios, porque en todo su recorrido desde la costa hasta llegar al lago de Tenochtitlan, Cortés fue consiguiendo como aliados, que le aportaban soldados a su ejército, a los pueblos que hasta ese momento habían estado bajo el dominio de los aztecas. Fue una gran coalición de sociedades aborígenes que Cortés logró unir y lanzar en una sola dirección, así conquistó la sociedad azteca.
Una vez terminada la conquista, una vez sometida la enorme mayoría de las poblaciones originarias, viene un período que implica organizar la producción, enganchar la población a una economía controlada por los españoles, ya no por las armas sino mediante las instituciones y el desarrollo de organización de la sociedad. Y las principales instituciones que constituyen lo que se ha denominado dentro de la historia la colonia, son instituciones orientadas a someter a los aborígenes, a enrolarlos a esa nueva economía, a convertir a los aborígenes en fuerzas productivas. ¿Por qué a ellos? Porque no había a quién más; no había otra gente. Los demás eran los guerreros españoles y los predicadores españoles quienes, por supuesto, no se iban a dedicar a la producción material para autosostenerse. Entonces, las principales instituciones de la colonia, algo que resulta extraño si no se tienen en cuenta las circunstancias, son instituciones destinadas a someter a los indios.
Primero se implantó el repartimiento, cuyo objetivo era desmembrar, desarticular a los pueblos originarios. Se hizo repartiendo su población en distintas áreas, en distintas regiones, y sometiéndola a diferentes jefes. Se desarticularon esos pueblos, se atomizaron, se repartieron, por eso se habla de repartimiento.
La encomienda hizo algo similar: las tierras que habían habitado los aborígenes se entregaban a los españoles que habían hecho méritos en la conquista, no para que las trabajaran sino para que las explotaran con la mano de obra indígena, que se les encomendaba a cambio de su cristianización.
Se creó también la mita agrícola, por la cual los pueblos sometidos estaban obligados por la fuerza, porque habían sido conquistados no sólo militarmente sino también por la religión, a entregar anualmente un porcentaje de su población para que trabajara en las tierras de las haciendas que se crearon con las encomiendas. También hubo las mitas mineras; cuando se terminó el saqueo del oro, la plata y demás minerales preciosos acumulados por los aborígenes y ya no hubo que robar, se hizo necesario producir nuevas riquezas, y no fueron los españoles quienes trabajaron las minas, sino que enterraron en ellas a los aborígenes, aunque muchos de ellos murieran trabajando en condiciones, climas y regiones a los cuales no estaban acostumbrados; en los socavones, la mortandad fue gigantesca. Otra forma de utilizar la mano de obra aborigen fue la mita de boga, que conducía a los aborígenes a trasportar las barcas por los ríos, llevando y trayendo los productos de esa economía naciente e, inclusive, transportando los productos del saqueo. Poblaciones de tierras frías, por ejemplo de la Sabana de Bogotá, fueron llevadas a ser bogas por los ríos Magdalena y Cauca, en donde murieron como moscas víctimas de las enfermedades tropicales.
Fue tal la destrucción de la población originaria, de la mano de obra, de la fuerza de trabajo de los pobladores originarios, que los españoles se vieron en la obligación de traer negros como esclavos, capturados y cazados en el África, además de algunos nacidos en España, porque allí había esclavitud de la población negra antes de la conquista, para que reemplazaran esa mano de obra nativa, prácticamente exterminada. Los esclavos fueron dedicados sobre todo a los trabajos que causaban mayor mortandad entre los indígenas: remeros o bogas por los ríos, minería, haciendas de tierra caliente. Todavía hoy, el grueso de la población negra afrodescendiente habita en regiones que, en lo fundamental, corresponden a la distribución que tuvo como fuerza de trabajo durante la colonia: en los grandes ríos de tierra caliente, en las zonas mineras y, también, en los lugares en los que ellos mismos se ubicaron cuando lograron escapar de la esclavitud, para crear los palenques, ubicaciones inaccesibles a los ejércitos españoles que querían capturarlos, castigarlos y someterlos de nuevo a la esclavitud.
Otra institución colonial fue el tributo, mediante el cual se arrebataba directamente a todas las poblaciones sometidas una parte de su producción agrícola o “artesanal” (este periodo marca el comienzo de la artesanía en América), porque el tributo había que entregarlo en especies: productos agrícolas, textiles, productos de madera, tejidos de fibras vegetales, etc., que los españoles necesitaban.
La encomienda de indios no daba propiedad de la tierra a los encomenderos españoles. Lo que les permitía era la recepción de los tributos de los indios asentados en un territorio determinado en nombre de la Corona, y el usufructo de la tierra mediante el empleo del trabajo de los indígenas, como una forma de pago del tributo; en cambio, los encomenderos se obligaban a adoctrinarlos. Se comprometían a agrupar periódicamente a los indígenas en las haciendas o a organizarlos en pueblos, llamados doctrinas, para que los curas doctrineros los fueran adoctrinando en los misterios de la religión católica. Aún así, a medida que crecía la economía, los peninsulares se vieron en la necesidad de traer y permitir la llegada de población ibera venida desde España, gentes que ya no venían a catequizar ni a conquistar sino a producir y que en algunas regiones de lo que hoy es Colombia dieron origen al campesinado. Esa población llegó para la producción agrícola en regiones donde los indígenas prácticamente habían sido exterminados, por ejemplo, Santander y Antioquia, en donde ni siquiera quedaban aborígenes a los cuales obligar, mediante la mita agraria, a producir comida.
Todas estas instituciones forman lo que se denomina la sociedad colonial, que estaba constituida, en lo fundamental, por unos pocos españoles, que formaban la clase dominante, y el grueso de la población indígena, primero, a la cual se agregaron posteriormente los esclavos de origen africano. Estas instituciones conforman la estructura básica de la economía colonial y están dirigidas a los indios, son las distintas formas de someter y de explotar a distintos niveles a esa población.
Nuevas instituciones para ellos se crean cuando los españoles se ven frente al problema de la rápida extinción de los explotados, de la gente a costa de la cual vivían, aquélla que producía y trabajaba para mantenerlos; se trata de los resguardos y los cabildos de indios. Algunos historiadores han creado la leyenda de que surgieron para salvar a los indígenas, para su protección, cuando lo que los españoles estaban protegiendo era la mano de obra de la cual vivían y que no podían dejar extinguir porque, entonces, se habrían visto en la disyuntiva de dedicarse ellos mismos al trabajo, a mantenerse a sí mismos. Los resguardos, que se han presentado como que la Corona entregó tierras a los indígenas, dio a estos la propiedad colectiva sobre las tierras.
Un resguardo es un globo de tierra, propiedad colectiva de un grupo de indígenas, organizados en cabildos por los propios españoles, en donde aquéllos tienen una relativa autonomía, pueden organizarse para producir y manejar las tierras de acuerdo con sus costumbres y sus autoridades. Pero es falso que haya habido entrega de tierras a los indios por parte de los españoles con el fin de salvarlos y protegerlos. Las tierras de los resguardos eran tierras de los indígenas, aquéllas de las cuales habían sido despojados antes por la fuerza por los conquistadores; para crear los resguardos, los peninsulares se vieron obligados a devolver a los indios pequeñas porciones de las tierras, no las mejores por supuesto, que les habían arrebatado para que, en ellas, lograran resguardarse y sobrevivir y, además, pudieran seguir pagando tributo y entregando mitayos para que trabajaran para los colonizadores. Por eso, todavía hoy, los indígenas denominan corrales a los resguardos; en esos corrales los metieron los españoles para poder quedarse con el resto de las tierras, las mejores. En forma paralela con los resguardos surgió una institución que no iba dirigida directamente a los indígenas, pero que sí se derivó directamente de su situación, la llamada composición de tierras. Con ella, los colonizadores podían pedir a la corona que, mediante el pago de un impuesto, les otorgara las tierras que habían quitado a los indios y no quedaban incluidas dentro de los resguardos. Así, pues, una vez que los indios quedaron encerrados en sus corrales, los españoles se hicieron propietarios del resto de la tierra empleando la composición.
Muchas encomiendas se otorgaron por varias vidas, lo que equivalió a hacerlas hereditarias. Una vez que moría el encomendero, la encomienda era heredada por su esposa o por sus hijos, muchos de los cuales habían nacido aquí. Ese fenómeno de las tierras en manos de una misma familia durante décadas y hasta siglos, terminó convirtiéndose en propiedad privada de los encomenderos, las tierras dejaron de ser encomiendas y se convirtieron directamente en haciendas de propiedad privada. Y, ya bien avanzada la colonia, muchos encomenderos obtuvieron títulos sobre las mismas, apropiándose de ellas definitivamente.
Más adelante en la colonia, pero sobre todo ya en la república, comenzó un proceso nuevo que terminó, al menos en algunas partes del país, en 1970. Fue el apoderamiento de las tierras de los resguardos o de sus recursos (bosques, aguas, cales, arenas, etc.) por parte, esta vez, de terratenientes colombianos. Despojo por completo ilegal pues la ley definía las tierras de resguardo como inenajenables, inembargables e imprescriptibles. De ahí que, cuando el movimiento indígena en su nueva etapa de lucha, a partir de 1970, se levantó por la tierra, su objetivo principal fue recuperar los resguardos, y no, como algunos lo dijeron, recuperar las tierras que poseían antes de la llegada de los europeos. Si los arhuacos de la Sierra Nevada de Santa Marta, por ejemplo, hubieran reclamado sus territorios ancestrales, habría sido necesario evacuar Valledupar, porque está dentro de ellos; allí están sus sitios de pagamento y muchos de los elementos fundamentales para el funcionamiento de su sociedad. Algo semejante tendría que ocurrir con los alrededores de Santa Marta, como Taganga y el Parque Tayrona, lugares a donde todavía hoy llegan los arhuacos para realizar sus trabajos; a veces se los encuentra por las playas de la Bahía y del Rodadero recogiendo las conchas que necesitan para obtener la cal para el mambeo de la coca, pero también realizando otros trabajos en relación con el mar.
Ése movimiento era para recuperar los corrales, de lo cual tenían claridad, pero con el realismo de tener en cuenta las condiciones de posibilidad que se daban después de 500 años de sometimiento. Posteriormente, a medida que el movimiento de recuperación fue tomando fuerza y teniendo éxito, empezaron a hablar de ampliar los resguardos, es decir, de recuperar más allá de estos algunas de las que habían sido sus tierras ancestrales, tierras que, como vimos, les fueron arrebatadas por las encomiendas, por la composición de tierras y por el despojo violento en los siglos XVIII, XIX, incluso en el XX.